RELATOS VERANIEGOS: UN PADRE

Posted on August 17, 2012

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No entendí el capricho de mi padre de que lo enterráramos en Pandero de la Frontera. Pero papá, si en cuarenta años no has ido una sola vez. Ya, pero es donde nací. No me pareció un argumento válido, pero tampoco me sentía con ánimo de negárselo.

Así que, cuando dos días después cerró los ojos para nunca volver a abrirlos y mis hermanas me preguntaron qué íbamos a hacer, les conté lo que me había hecho prometer: lo incineramos y llevamos las cenizas a su pueblo. Estás de coña? Yo no voy a ese sitio, no jodas. Está a tomar por saco. Todo el mundo tenía su excusa o su morro o ambas cosas. Pero ya había contado con ello. No me importó.

* * * * *

Cuando la vi en el bar, me pareció recordarla de la cremación, pero no estaba seguro. Allí estaba yo, en medio del local, con la urna entre los brazos. La agarraba fuerte. Tal vez por miedo a que se cayera, aunque eso ya poco podría importarle a él. Tal vez por compensar tantos abrazos que se nos habían quedado por el camino. Me vino a la cabeza Orlando Bloom en Elizabethtown.

Me miró con dulzura y un intento de sonrisa. Me acerqué a ella. Se había quitado el sombrero, que descansaba sobre una silla. Pero mantenía las enormes gafas de sol. Hola, comencé tímido. Estabas antes en… No supe terminar la frase, se me quedó el dedo índice señalando absurdamente hacia atrás, aunque la capilla en la que había tenido lugar la ceremonia estaba más bien a la izquierda. Ella asintió. Me presenté. Ya sé quién eres, he oído hablar mucho de ti, aunque no lo creas. Me sorprendió el comentario. Ella debió de notármelo en la cara. Acercó sus labios a mi mejilla y me dio un beso breve. Soy Laura, dijo. Su olor me resultó vagamente familiar, aunque era incapaz de ubicarlo.

Me senté en la silla que me indicaba. Me gusta tu vestido. Era un comentario un tanto absurdo. Nunca he entendido esa obsesión de la gente por el luto. Ella volvió a sonreír. Por algún extraño motivo, su sonrisa me traía contento y paz. No creo que a él le importe que lo dejes en la mesa, sugirió. Seguí su mirada hasta la urna y caí en la cuenta de que aún la abrazaba. La apoyé sobre el muslo y la sujeté con una mano. Pero no fui capaz de soltarla.

Tengo algo para ti. Para mí? Abrió el cesto de paja, enorme, y me entregó un sobre. Me lo dio tu padre hace unos meses. Me dijo que te la diese cuando muriera. Sabía que no tardaría mucho. Yo no estaba muy centrado, por aquello de que a uno no se le muere un progenitor todos los días, pero que una extraña tuviese una carta de mi padre para mí, me resultaba insólito. Quién eres? Tal vez sea mejor que leas esa carta antes de que te conteste. Me recordó a aquel presentador de televisión que decía no me conteste ahora, hágalo después de la publicidad. Abrí el sobre y reconocí la letra pequeña y ordenada de mi padre.

* * * * *

Querido hijo:

Si estás leyendo esto, es que el cáncer ha terminado su trabajo. Qué raro resulta, no? Puedo decirte cosas después de haber muerto. Pero bueno, más vale que me centre.

La persona que te ha entregado esta carta es Laura. Me gustaría poder ponerle un título a mi relación con ella. Pero nunca hemos querido. Nunca hemos podido. Fue mi apoyo cuando tu madre se fue al cielo -lo afirmo porque era un ángel y el cielo es su único sitio, quizá nunca debió bajar a la tierra-. Después de aquello, lo ha seguido siendo. Yo también la he ayudado a ella en momentos difíciles.

En fin, si tuviera que explicártelo todo en esta carta, serían como mil páginas y te aburriría. Así que, he pensado otra cosa. Supongo que cumplirás tu promesa de llevar mis cenizas a Pandero de la Frontera. Te conozco y sé que lo harás (todo esto es muy raro, te estoy hablando de una promesa que no has hecho cuando estoy escribiendo esto, pero sí la habrás hecho cuando lo leas). Lo que quiero es que le pidas a Laura que te acompañe y que te cuente todo lo que considere oportuno sobre nuestra relación. Díselo así, porque si piensa que es una orden, automáticamente se negará.

Espero que así me conozcas un poco mejor y que me perdones por todo lo que no te he contado.

Te quiero (ya sé que nunca te lo he dicho, pero ahora todo es más fácil).

Papá

* * * * *

Me quedé mirando la firma. La había visto mil veces, pero siempre con su nombre, no con aquel papá. Me sentí definitivamente aturdido. Laura, por su parte, leía con tranquilidad un pequeño libro sin título que debía de haber sacado del cesto también.

Me miró y volvió a sonreír. No me vas a preguntar qué pone? Tengo la mala costumbre de respetar la correspondencia de los demás. Lo dijo sin retintín. Hice una pausa. Bebí un sorbo del té que había pedido antes de abrir la carta. Me quemé la lengua, pero no me daría cuenta hasta más tarde. Deseé no haber dejado el tabaco para poder dar una calada a un cigarrillo o, mejor todavía, para fumarme una cajetilla entera.

Al fin, conseguí articular una palabra. Dice que… Me paré y le alargué el papel. Va a ser mejor que lo leas tú, yo no voy a saber decirlo y vas a pensar que es una orden. Ella lo cogió con su eterna sonrisa en los labios. Se rió, supuse que al leer la parte a la que yo me había referido. Luego levantó las enormes gafas de sol y me espetó un pues parece que nos vamos a Pandero de la Frontera.

* * * * *

La recogí en su casa al día siguiente. Salió del portal con una maleta. Cuando me dispuse a guardarla, me dijo ahora vengo. Al regresar, traía una caja en las manos. No parecía demasiado pesada, pero aun así, me adelanté unos pasos para llevarla hasta el coche. Qué es esto? Cosas que creo que me ayudarán a explicarte… Dejó la frase ahí, como colgada del borde de la caja o como uno de esos papelitos de publicidad que te enganchan en el limpiaparabrisas y, al ponerte en marcha, siempre parece que van a salir volando, pero luego se sujetan sin saber nadie cómo. No me dejó ponerla en el maletero. Ni siquiera en el asiento trasero. La colocó con cuidado entre sus piernas, en el suelo.

La situación era un poco incómoda. Me descubrí preguntándome a mí mismo qué hacía con aquella mujer sentada a mi lado, con siete horas de viaje -como mínimo- por delante. Pero también debía reconocer que ella hacía que todo pareciese mucho más fácil y natural de lo que era en realidad. No dejaba de sonreír y, aunque llevaba puestas las gafas de sol (otras diferentes a las del día anterior), supe que sus ojos también sonreían.

Comenzamos el viaje en silencio. Puse música porque pensé que haría que la situación fuese menos embarazosa. Era un cedé que le había grabado a mi padre un par de años atrás. Ella llevaba el compás con los dedos y movía los labios. Tras unas cuantas canciones, sonó que el tiempo no te cambie, de tequila, y se echó a reír. Me encanta esta canción. Y eso? Me recuerda a tu padre. Se la hacía poner una y otra vez. La miré con cara de alucinado. Bueno, creo que ha llegado el momento de enseñarte alguna foto.

* * * * *

Laura miraba esos instantes congelados en el tiempo y su sonrisa brillaba, como si se tratase de una bombilla de esas que puedes regular la intensidad. Mi padre sonriendo. Mi padre con sombrero mexicano y un cigarro. Mi padre en bañador. Mi padre y ella abrazados en la playa. Bailando en las fiestas de un pueblo (tal vez Pandero, no me atreví a preguntar).

Ella me las iba pasando sin decir nada. Las gafas de sol puestas. Supuse que tenía que darle su tiempo. Que ya me contaría qué significaba todo eso, aunque a estas alturas, incluso alguien tan despistado como yo era capaz de anticipar lo que me diría.

Tu padre y yo hemos vivido muchas cosas juntos. Ahora tendré que acostumbrarme a volverlas a vivir sola. Es el hombre que más me ha hecho reír y divertirme de mi vida. Mi padre no era un tipo divertido, no hacía reír a nadie. Según avanzaba en su relato, me iba descubriendo a una persona completamente diferente a la que yo creía conocer.

No entiendo por qué nunca nos habló de ti. Cuando murió tu madre erais muy pequeños. No quiso contaros nada, porque pensó que no lo entenderíais. Luego, parecía raro. Al final, simplemente no tenía sentido.

Me estuvo relatando anécdotas durante todo el camino a Pandero de la Frontera. Cuando parábamos, me enseñaba fotos. Reímos, lloramos, hablamos, nos callamos…

* * * * *

Pandero de la Frontera seguía igual de horroroso que lo recordaba. Sólo una enorme obra de lo que parecía un estadio o algo así lo hacía ligeramente diferente y aún más feo.

Cumplí con mi promesa. Ella me sujetó la mano mientras le dábamos el último adiós. Pensaba haber hecho noche, pero de pronto me resultó demasiado deprimente.

* * * * *

El viaje de vuelta lo hicimos mucho más rápido y en silencio. En algún momento, ambos fingimos que Laura dormía. Era más cómodo.

Llegamos a su casa de madrugada. Quiero que guardes esto, me dijo señalando la caja. Negué con la cabeza. La persona que había en esas fotos no era mi padre. Era un extraño. La ayudé a llevarla hasta el ascensor.

Nos miramos sin hablar y sólo fui capaz de articular un gracias por haber cuidado de él. Ella me acarició la mejilla y me abrazó.

Me quedé mirando cómo subía el ascensor y pensé que no sabía nada de ella. Ni su teléfono, ni su dirección (por lo menos, el piso), ni tenía forma de contactar con ella. Todavía hoy me pregunto, de cuando en vez, qué habrá sido de ella.

* * * * *

Al día siguiente, me llamaron mis hermanas a preguntarme qué tal el viaje. No les conté nada a ninguna. Preferí dejar que conservaran el recuerdo de mi padre, tal y como lo habían conocido.

En cuanto a mí… Bueno, supongo que aún sigo intentando adivinar cuál de los dos era realmente él, si se comportaba con naturalidad con ella o con nosotros.

A veces me alegro de haber conocido esa faceta suya. Otras, creo que saberlo me lo robó más que el propio cáncer.

Y, casi siempre, pienso que me gustaría tener un padre, en vez de dos.

Posted in: UNIVERSO MARAÑA