De próstatas, Cabifys y Guerrilleros

Posted on October 16, 2019

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Hace mil años [bueno, treinta, que para el caso es lo mismo] tenía un compañero de trabajo que se llamaba [y se sigue llamando] Jorge Remacha que cuando alguien le decía “hace frío” respondía “lo malo no es que lo haga, es que viene hecho”. Pues con lo de hacerse mayor, lo mismo.

Solo tienes que soltar un “tengo hora en el urólogo” y sientes cómo se encogen los ojetes a tu alrededor

Pero esto de hacerse mayor, viejo, maduro, pre-prejubileta, tiene sus ventajas. Por ejemplo, tienes la excusa perfecta para escaquearte de cualquier reunión con amigos, familia o clientes. Solo tienes que soltar un “tengo hora en el urólogo” y sientes cómo se encogen los ojetes a tu alrededor. Questions?, error 404. Claro, a ver quién es el o la valiente que pregunta. Porque cuando tienes casi cincuenta [dice Javier Cansado que “casi” sirve tanto por defecto como por exceso y yo estoy con él] el índice enguantado está ahí mismo, como el colgar escrotal [dice Ricky Gervais que a él le flotan en el baño, como una balsa de salvamento para el pene. Yo no he querido hacer la prueba, pero no me cabe la menor duda] y el clareo del cartulino con las iluminación cenital.

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Prostateros: no se pierdan The Kominsky Method, rediez

Nadie pregunta, todos guardan un respetuoso silencio mientras te imaginan con los ojos cerrados [una lágrima asomada en un extremo del párpado inferior derecho], la boca apretada y el cuello [y de ahí todo para abajo] tenso como el careto de una celebrity recién salida de botoxlandia [tremendo parque temático, por cierto]. Y tú tan tranquilo, mirando, más chulo que un ocho.

Lo bueno que tiene, además, es que cuantas más veces la repitas, mejor funciona. Porque está requetejustificado. Alguno te pregunta a la cuarta o la quinta, con un hilo de voz, si estás bien. Tú haces un gesto que dice sí, pero significa no del todo [más o menos como el que ellos te imaginaban antes, pero sin la tensión]. Y ahí se acaba la conversación.

Luego, entre nosotros, los de casi cincuenta nos descojonamos. Por lo menos, de momento. Como los ignorantes con [ponga aquí su causa perdida favorita, para que esto parezca un post con fundamento. Entre nuestras recomendaciones: el cambio climático, el veganismo -a favor y/o en contra- y la inexorable extinción de las abejas].

La próstata para nosotros es como la botella de Cabify o las bolsas de Los Guerrilleros

La próstata para nosotros es como la botella de Cabify o las bolsas de Los Guerrilleros [Millennial alert: no intentéis comprenderlo]. Al principio ves a gente que las lleva. Luego, de repente, un día te metes en un Cabify [dejemos lo de Los Guerrilleros para no hacer sangre] y te ofrecen un brik de agua y no sabes decir que no, porque cuando éramos niños en los setenta, se decía que sí a todo lo que te ofreciesen los adultos, más que nada porque era la única posibilidad de probar algo nuevo [nunca era droga, por cierto, es una leyenda urbana infundada e inviable desde el punto de vista socioeconómico]. Le das dos tragos por no hacer el feo [otra cicatriz setentera] y al terminar el trayecto ya no sabes qué salida darle al maldito envase. Devolvérselo al conductor sería de mala educación. Como queda la mitad del agua, no te atreves a tirarlo [el agua y el pan no se tiran en las casas de bien. En las casas meapilas, el pan se puede tirar, pero se le da un beso antes, porque es de dios]. Además, a saber dónde está el contenedor más cercano. Así que apareces en una reunión con el cartoncico en la mano. Todos te miran y piensan “otro que no sabe qué hacer con él”. Entonces sonríes y murmuras “es que vengo del urólogo”. Checkmate.

Pues la próstata, lo mismo. Vemos a otros de nuestra quinta con ella en la mano [entiéndase el símil, no es cuestión de ir sujetándose la genitalada por la vida] y nos reímos hasta que llegue el momento en que nosotros mismos no sepamos qué hacer con ella. Pero, eso sí, excusa de por vida.

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