AYER, DÍA DEL PADRE

Posted on March 20, 2018

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Ayer fue el día del padre. Un día para celebrar y ser feliz. O eso te/me dicen. En realidad, no. O sea, ser padre es un asco. Me refiero en sí mismo. Desde el minuto uno o desde antes, ya todo son líos. Que si nacerá. Que si nacerá bien. Que si percentiles y la madre que lo parió [nunca mejor dicho]. Si eres tan torpe como yo, el momento en que por traición de una enfermera [¿se puede aún utilizar ese término?] malvada acaba en tus brazos [jamás se lo podré agradecer lo suficiente] es en el que tu corazón alcanza su velocidad punta, récord imbatible en el resto de tu breve y azarosa vida. Los hijos son como el catorcetreinta de mis padres: cuando no les falla una cosa, les falla otra. Si no es la salud, serán los estudios o la mala leche, que también la tienen algunos desde bien pequeñitos. Lo dicho, ser padre, como concepto, no mola [lean Brave New World].

Los hijos son como el catorcetreinta de mis padres: cuando no les falla una cosa, les falla otra.

Peeeero… La cosa es que no eres padre así, en abstracto. Eres padre de alguien. De una persona [o más, en función de tu grado de descerebramiento] que te mira a los ojos y te agarra un dedo. Y ahí, amigo mío, estás jodido. A ver, que nadie se me haga líos. El amor de los hijos por los padres no tiene por qué ser necesariamente puro e incondicional. Los brotes de amor filial se suelen producir cuando se acercan las navidades y los cumpleaños o cuando hay que pedir permiso para salir el sábado por la noche. Pero eso a un padre le da igual. Un padre le canta a su(s) hij(o/a/os/as) por María Jiménez aquello de miénteme diciendo que me estás queriendo y se queda tan ancho. Porque a un padre le gusta que lo quieran aunque sea de mentira. Porque sabe que, debajo de esa paella que es la zalamería interesada, está el socarrat del cariño verdadero. Y el socarrat es lo más rico.

A mí no me gusta ser padre. No me gusta ese temor constante a que pase algo hoy o mañana. Cuando mi hijo era [más] pequeño, para engañarlo y que tomara fruta, le decía cómete una manzana, porque el día que te comes una manzana, no te puedes morir. Y yo quería creérmelo más que él. Poder descansar un día de la carga del quenolepasenadahoypordiós que llevamos dentro los padres.

Y no se nos olvide que los padres también podemos ser unos gilipollas premium. Que ser hijo también tiene su telenguendengue. Pero de eso mejor hablamos otro día.

Si quieren seguir mi consejo, no sean padres; pero sean padres de alguien.

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